Desde que el primer peregrino recorrió hace más de mil años el Camino de Santiago ha existido la picaresca. Buscavidas de toda índole en forma de hospitaleros, peregrinos, comerciantes, guías o incluso párrocos. La mayoría no hacen daño a nadie -tal vez sea esa la diferencia entre pícaro y maleante- y se dedican únicamente a vivir de lo que pueda darles la ruta. Una comida gratis aquí, un regalo allá… Otros simplemente buscan fama, ser reconocidos como el peregrino oficial o algo así.
Uno de estos personajes nos lo encontramos al llegar a la compostelana plaza del Obradoiro. Su atuendo, el habitual de los peregrinos medievales, con su capa, su sombrero de fieltro y su bordón no dejan lugar a dudas. Suele estar allí plantado, como si fuera uno de esos romanos recién salidos de un cuento de Asterix que posan junto al Coliseo de Roma en busca de alguna propina. Pero Zapatones no busca propina. Él se conforma con contar a quienes llegan a Santiago rocambolescas historias en las que se convierte en una suerte de “peregrino oficial”.