El canto, con independencia del bloque temático en que puede incluirse, busca el apoyo rítmico y melódico del instrumento musical, lo que ocurre desde luego en la música profana y popular, pero más discutible en la música religiosa y litúrgica. Cabe aceptarse a partir de los conjuntos escultóricos de ancianos músicos, como el Pórtico de la Gloria, o en las miniaturas de algunos códices, aunque la introducción de instrumentos no estaba autorizada en muchos templos y en algunos casos es posible que los 24 ancianos de las orquestas pétreas de los templos, solo fueran representaciones idealizadas de pasajes bíblicos. Aunque hay discrepancias al respecto, es muy posible que la Catedral Compostelana, por la influencia que venía a través del Camino, fuera pionera en estas expresiones musicales; cabe deducirlo así porque el Códice Calixtino (siglo XII) contiene uno de los repertorios musicales medievales más interesantes y novedosos de la Edad Media europea; en él aparece la primera producción musical polifónica y en términos generales, de forma más elaborada y perfecta con respecto a sus contemporáneas europeas. De modo que es muy probable que la catedral compostelana fuera escenario de interpretaciones musicales polifónicas acompañadas por instrumentos de la época, como la fídula, el arpa, el salterio y sobretodo el organistrum, instrumento medieval especialmente adecuado para el acompañamiento del coro y la polifonía, por su idoneidad para iniciar la entonación de la música sacra en templos y monasterios.
Codex Calixtinus: "Huic Iacobo"
Codex Calixtinus: "Misit Herodes"
Codex Calixtinus: "O adiutur omnium"
Que en el interior del recinto catedralicio se cantaba y se tocaban instrumentos como consecuencia de la presencia de peregrinos que, después de sus incontables fatigas para llegar a Compostela, hacían vigilia en el interior de la catedral, es un hecho constatado en el Códice Calixtino: “Causa alegría y admiración contemplar los coros de peregrinos al pie del altar venerable de Santiago en perpetua vigilancia… Unos tocan cítaras, otros liras, otros tímpanos, otros flautas, caramillos, trompetas, arpas violines, ruedas británicas o galas, otros cantando con cítaras, otros cantando con diversos instrumentos, pasan la noche en vela…”. Es conocido que los peregrinos recibían acogida y pernoctaban en el triforio de la catedral a multitud de peregrinos de todas las nacionalidades y lenguas. El propio Calixtino nos dice que hasta allí venían gentes de todas las latitudes: “pueblos bárbaros y los que habitan en todos los climas del orbe, a saber: los francos, los normandos, los escoceses, los irlandeses, los galos, los teutones, los íberos, los gascones, los bávaros, los navarros, los vascos, los godos, los provenzales, los garascos, los loroneses, los gautos, los ingleses, los bretones, los de Cornualles, los flamencos, los frisones, los alóbroges, los italianos, los de Apulia, los poitevinos, los aquitanos, los griegos, los armenios, los dacios, los noruegos, los rusos, los joriantos, los nubios, los partos, los rumanos, los gálatas, los efesios, los medos, los toscanos, los calabreses, los sajones, los sicilianos, los de Asia, los del Ponto, los de Bitinia, los indios, los cretenses, los de Jerusalén, los de Antioquía, los galileos, los de Sardes, los de Chipre, los húngaros, los búlgaros, los eslavones, los africanos, los persas, los alejandrinos, los egipcios, los sirios, los árabes, los colosenses, los moros, los etíopes, los filipenses, los capodocios, los corintios, los elamitas, los de Mesopotamia, los libios, los de Cirene, los de Panfilia, los de Cilicia, los judíos y las demás gentes innumerables de todas lenguas, tribus y naciones vienen junto al Apóstol en caravana y falanges cumpliendo sus votos en acción de gracias”. Y no es difícil recrear como podrían ser esas veladas en la catedral, cuando después del canto gregoriano de Completas, caía la noche y se llenaba de oscuridad el templo, con excepción del altar del Apóstol que permanecía iluminado por infinidad de velas y cirios ardientes, y acabado ya el culto litúrgico, surgen entonces los cánticos peregrinos aprendidos durante el Camino, cada grupo en su propia lengua, acompañados por liras, cítaras, arpas, gaitas o zanfonas, alternando sus cantos en tono primero de alabanza y luego abiertamente festivo y solidario por haber alcanzar su objetivo, y hasta ejecutan algunos pasos de danza, en corros que buscan la alegría y el calor humano, pero volviendo luego al ambiente de culto y alabanza cuando los canónigos retoman sus puestos en el coro pétreo del maestro Mateo para entonar los Maitines primero y después los Laudes, con esa magia espiritual que difunde el latín del canto gregoriano entre los muros románicos que asciende por las bóvedas y envuelve el espacio de oración y paz que termina por adormecer a los fatigados peregrinos.
Codex Calixtinus: "Ecce adest nunc Iacobus"
Codex Calixtinus: "Ad sepulcrum Beati Iacobi"
Codex Calixtinus: "Iacobe virginei"
Monserrat fue un importante centro de peregrinación asociado a la peregrinación jacobea, que los peregrinos frecuentaban comúnmente después de visitar la ciudad del Apóstol, tal como demuestran algunas estrofas de la Chanson nouelle que cantaban los peregrinos franceses en su viaje de retorno a Francia. El Monasterio de Montserrat es cuna del Llibre Vermell o Libro Rojo, llamado sí por el color de las tapas de su encuadernación en terciopelo rojo, hecha según parece, a finales del siglo XIX. Contiene un conjunto de piezas musicales recopiladas en el siglo XIV, cuyo propósito era entretener a los peregrinos que llegaban a Montserrat, tal y como se explica en el folio 22 del códice: “Puesto que no pocas veces los peregrinos, al llegar a la iglesia de la Virgen María de Monserrat, desean cantar y bailar, e incluso durante el día quieren danzar en la plaza, y allí no han de cantarse canciones que no sean honestas y devotas, hemos copiado algunas antes y después. Habrán de ejecutarse honesta y comedidamente a fin de no estorbar a los que continúan con su oración y contemplación devota.” Este texto expresa la preocupación de acoger al peregrino, al que se daba avituallamiento gratuito y se le ofrecía entretenimiento en la plaza con cantos y danzas durante el día, y en la noche, por el clima de montaña, se le facilitaba techo en el claustro del monasterio, donde la costumbre de pernoctar engendró la piadosa vela de los romeros a la Virgen, como se hacía con el Apóstol en la veladas de la catedral compostelana, y, como en ella, también se cantaban dentro del templo, a la luz de las lámparas durante la vigilia nocturna de oración ante la sagrada imagen de Montserrat.
"Cuncti simus" de "El Llibre Vermell de Montserrat" - Codex Manesse.