Música y Camino de Santiago, por Alberto Solana de Quesada: Música Instrumental


El canto, con in­de­pen­den­cia del blo­que te­má­ti­co en que puede in­cluir­se, busca el apoyo rít­mi­co y me­ló­di­co del ins­tru­men­to mu­si­cal, lo que ocu­rre desde luego en la mú­si­ca pro­fa­na y po­pu­lar, pero más dis­cu­ti­ble en la mú­si­ca re­li­gio­sa y li­túr­gi­ca. Cabe acep­tar­se a par­tir de los con­jun­tos es­cul­tó­ri­cos de an­cia­nos mú­si­cos, como el Pór­ti­co de la Glo­ria, o en las mi­nia­tu­ras de al­gu­nos có­di­ces, aun­que la in­tro­duc­ción de ins­tru­men­tos no es­ta­ba au­to­ri­za­da en mu­chos tem­plos y en al­gu­nos casos es po­si­ble que los 24 an­cia­nos de las or­ques­tas pé­treas de los tem­plos, solo fue­ran re­pre­sen­ta­cio­nes idea­li­za­das de pa­sa­jes bí­bli­cos. Aun­que hay dis­cre­pan­cias al res­pec­to, es muy po­si­ble que la Ca­te­dral Com­pos­te­la­na, por la in­fluen­cia que venía a tra­vés del Ca­mino, fuera pio­ne­ra en estas ex­pre­sio­nes mu­si­ca­les; cabe de­du­cir­lo así por­que el Có­di­ce Ca­lix­tino (siglo XII) con­tie­ne uno de los re­per­to­rios mu­si­ca­les me­die­va­les más in­tere­san­tes y no­ve­do­sos de la Edad Media eu­ro­pea; en él apa­re­ce la pri­me­ra pro­duc­ción mu­si­cal po­li­fó­ni­ca y en tér­mi­nos ge­ne­ra­les, de forma más ela­bo­ra­da y per­fec­ta con res­pec­to a sus con­tem­po­rá­neas eu­ro­peas. De modo que es muy pro­ba­ble que la ca­te­dral com­pos­te­la­na fuera es­ce­na­rio de in­ter­pre­ta­cio­nes mu­si­ca­les po­li­fó­ni­cas acom­pa­ña­das por ins­tru­men­tos de la época, como la fí­du­la, el arpa, el sal­te­rio y so­bre­to­do el or­ga­nis­trum, ins­tru­men­to me­die­val es­pe­cial­men­te ade­cua­do para el acom­pa­ña­mien­to del coro y la po­li­fo­nía, por su ido­nei­dad para ini­ciar la en­to­na­ción de la mú­si­ca sacra en tem­plos y mo­nas­te­rios.

Codex Calixtinus: "Huic Iacobo"

Codex Calixtinus: "Misit Herodes"

Codex Calixtinus: "O adiutur omnium"

Que en el in­te­rior del re­cin­to ca­te­dra­li­cio se can­ta­ba y se to­ca­ban ins­tru­men­tos como con­se­cuen­cia de la pre­sen­cia de pe­re­gri­nos que, des­pués de sus in­con­ta­bles fa­ti­gas para lle­gar a Com­pos­te­la, ha­cían vi­gi­lia en el in­te­rior de la ca­te­dral, es un hecho cons­ta­ta­do en el Có­di­ce Ca­lix­tino: “Causa ale­gría y ad­mi­ra­ción con­tem­plar los coros de pe­re­gri­nos al pie del altar ve­ne­ra­ble de San­tia­go en per­pe­tua vi­gi­lan­cia… Unos tocan cí­ta­ras, otros liras, otros tím­pa­nos, otros flau­tas, ca­ra­mi­llos, trom­pe­tas, arpas vio­li­nes, rue­das bri­tá­ni­cas o galas, otros can­tan­do con cí­ta­ras, otros can­tan­do con di­ver­sos ins­tru­men­tos, pasan la noche en vela…”. Es co­no­ci­do que los pe­re­gri­nos re­ci­bían aco­gi­da y per­noc­ta­ban en el tri­fo­rio de la ca­te­dral a mul­ti­tud de pe­re­gri­nos de todas las na­cio­na­li­da­des y len­guas. El pro­pio Ca­lix­tino nos dice que hasta allí ve­nían gen­tes de todas las la­ti­tu­des: “pue­blos bár­ba­ros y los que ha­bi­tan en todos los cli­mas del orbe, a saber: los fran­cos, los nor­man­dos, los es­co­ce­ses, los ir­lan­de­ses, los galos, los teu­to­nes, los íbe­ros, los gas­co­nes, los bá­va­ros, los na­va­rros, los vas­cos, los godos, los pro­ven­za­les, los ga­ras­cos, los lo­ro­ne­ses, los gau­tos, los in­gle­ses, los bre­to­nes, los de Cor­nua­lles, los fla­men­cos, los fri­so­nes, los aló­bro­ges, los ita­lia­nos, los de Apu­lia, los poi­te­vi­nos, los aqui­ta­nos, los grie­gos, los ar­me­nios, los da­cios, los no­rue­gos, los rusos, los jo­rian­tos, los nu­bios, los par­tos, los ru­ma­nos, los gá­la­tas, los efe­sios, los medos, los tos­ca­nos, los ca­la­bre­ses, los sa­jo­nes, los si­ci­lia­nos, los de Asia, los del Ponto, los de Bi­ti­nia, los in­dios, los cre­ten­ses, los de Je­ru­sa­lén, los de An­tio­quía, los ga­li­leos, los de Sar­des, los de Chi­pre, los hún­ga­ros, los búl­ga­ros, los es­la­vo­nes, los afri­canos, los per­sas, los ale­jan­dri­nos, los egip­cios, los si­rios, los ára­bes, los co­lo­sen­ses, los moros, los etío­pes, los fi­li­pen­ses, los ca­po­do­cios, los co­rin­tios, los ela­mi­tas, los de Me­so­po­ta­mia, los li­bios, los de Ci­re­ne, los de Pan­fi­lia, los de Ci­li­cia, los ju­díos y las demás gen­tes in­nu­me­ra­bles de todas len­guas, tri­bus y na­cio­nes vie­nen junto al Após­tol en ca­ra­va­na y fa­lan­ges cum­plien­do sus votos en ac­ción de gra­cias”. Y no es di­fí­cil re­crear como po­drían ser esas ve­la­das en la ca­te­dral, cuan­do des­pués del canto gre­go­riano de Com­ple­tas, caía la noche y se lle­na­ba de os­cu­ri­dad el tem­plo, con ex­cep­ción del altar del Após­tol que per­ma­ne­cía ilu­mi­na­do por in­fi­ni­dad de velas y ci­rios ar­dien­tes, y aca­ba­do ya el culto li­túr­gi­co, sur­gen en­ton­ces los cán­ti­cos pe­re­gri­nos apren­di­dos du­ran­te el Ca­mino, cada grupo en su pro­pia len­gua, acom­pa­ña­dos por liras, cí­ta­ras, arpas, gai­tas o zan­fo­nas, al­ter­nan­do sus can­tos en tono pri­me­ro de ala­ban­za y luego abier­ta­men­te fes­ti­vo y so­li­da­rio por haber al­can­zar su ob­je­ti­vo, y hasta eje­cu­tan al­gu­nos pasos de danza, en co­rros que bus­can la ale­gría y el calor hu­mano, pero vol­vien­do luego al am­bien­te de culto y ala­ban­za cuan­do los ca­nó­ni­gos re­to­man sus pues­tos en el coro pé­treo del maes­tro Mateo para en­to­nar los Mai­ti­nes pri­me­ro y des­pués los Lau­des, con esa magia es­pi­ri­tual que di­fun­de el latín del canto gre­go­riano entre los muros ro­má­ni­cos que as­cien­de por las bó­ve­das y en­vuel­ve el es­pa­cio de ora­ción y paz que ter­mi­na por ador­me­cer a los fa­ti­ga­dos pe­re­gri­nos.

Codex Calixtinus: "Ecce adest nunc Iacobus"

Codex Calixtinus: "Ad sepulcrum Beati Iacobi"

Codex Calixtinus: "Iacobe virginei"

Mon­se­rrat fue un im­por­tan­te cen­tro de pe­re­gri­na­ción aso­cia­do a la pe­re­gri­na­ción ja­co­bea, que los pe­re­gri­nos fre­cuen­ta­ban co­mún­men­te des­pués de vi­si­tar la ciu­dad del Após­tol, tal como de­mues­tran al­gu­nas es­tro­fas de la Chan­son noue­lle que can­ta­ban los pe­re­gri­nos fran­ce­ses en su viaje de re­torno a Fran­cia. El Mo­nas­te­rio de Mon­tse­rrat es cuna del Lli­bre Ver­mell o Libro Rojo, lla­ma­do sí por el color de las tapas de su en­cua­der­na­ción en ter­cio­pe­lo rojo, hecha según pa­re­ce, a fi­na­les del siglo XIX. Con­tie­ne un con­jun­to de pie­zas mu­si­ca­les re­co­pi­la­das en el siglo XIV, cuyo pro­pó­si­to era en­tre­te­ner a los pe­re­gri­nos que lle­ga­ban a Mon­tse­rrat, tal y como se ex­pli­ca en el folio 22 del có­di­ce: “Pues­to que no pocas veces los pe­re­gri­nos, al lle­gar a la igle­sia de la Vir­gen María de Mon­se­rrat, desean can­tar y bai­lar, e in­clu­so du­ran­te el día quie­ren dan­zar en la plaza, y allí no han de can­tar­se can­cio­nes que no sean ho­nes­tas y de­vo­tas, hemos co­pia­do al­gu­nas antes y des­pués. Ha­brán de eje­cu­tar­se ho­nes­ta y co­me­di­da­men­te a fin de no es­tor­bar a los que con­ti­núan con su ora­ción y con­tem­pla­ción de­vo­ta.” Este texto ex­pre­sa la preo­cu­pa­ción de aco­ger al pe­re­grino, al que se daba avi­tua­lla­mien­to gra­tui­to y se le ofre­cía en­tre­te­ni­mien­to en la plaza con can­tos y dan­zas du­ran­te el día, y en la noche, por el clima de mon­ta­ña, se le fa­ci­li­ta­ba techo en el claus­tro del mo­nas­te­rio, donde la cos­tum­bre de per­noc­tar en­gen­dró la pia­do­sa vela de los ro­me­ros a la Vir­gen, como se hacía con el Após­tol en la ve­la­das de la ca­te­dral com­pos­te­la­na, y, como en ella, tam­bién se can­ta­ban den­tro del tem­plo, a la luz de las lám­pa­ras du­ran­te la vi­gi­lia noc­tur­na de ora­ción ante la sa­gra­da ima­gen de Mon­tse­rrat.



"Cuncti simus" de "El Llibre Vermell de Montserrat" - Codex Manesse.