La cruz es uno de los signos más abundantes en la cultura del hombre de todo tiempo y lugar. El hombre ha descubierto en ella, desde siempre, un instrumento privilegiado para expresar el misterio más profundo del mundo y de la vida. Sus brazos le guían en el tiempo (nacimiento y puesta del Sol) y en el espacio (Cielo y Tierra).
La cruz, símbolo de la realidad entera en todas sus dimensiones (humana-divina, material-espiritual, masculina-femenina), es referente ineludible para acceder a lo trascendente y a lo inmanente, a lo cotidiano y a lo global, a lo pequeño y a lo universal. Por eso se repite en lo más elevado y en lo más llano, en la cima de los montes y en los cruces de los caminos, en lo alto de los templos y en el corazón de la gente. Su idioma es accesible y familiar a los más diversos peregrinos de este universo multirracial.
Este comentario quiere ser de todos y para todos: Los que fueron, los que son y los que serán. Porque la Cruz es patrimonio de todos ellos.