Cuando ya el viejo romero no suelta el bordón, malo. Pero habéis de saber que ando aún con el espíritu rozagante y espero que el Señor Santiago me lo conserve muchos años, aunque sólo fuere para seguir contándoos las antiguas y modernas historias de los pícaros del Camino del Apóstol, patrón de Bilbao, por cierto.
Mi contacto con el tema éste de la picaresca nació en Vitoria donde viví una legua larga de tiempo, colaboré con la Institución Sancho el Sabio y fui amigo de los Apraiz (de uno de ellos, compañero de trabajo) y llegué a hacer en 1963 un trato de ribetes pícaros con Don Manuel Aranegui, gran heraldista y, a la sazón, Presidente de la Diputación Foral de Álava: yo escribía un libro sobre el Camino de Santiago en Álava y él ponía a nuestra disposición una furgoneta con su servidor para prestarnos apoyo en una peregrinación a Santiago de Compostela. De adehala, nos suministraron como capellán un fraile montaraz alavés que gustaba decir misa con el vino de la bota.
En aquellos tiempos ir andando hasta la Basílica gallega era una auténtica aventura. Años más tarde, cuando he escrito “Pícaros y picaresca en el Camino de Santiago”, que en poco tiempo ha pasado a ser un clásico de la peregrinación, algunas de las experiencias de aquella aventura las incorporé en este libro y a él me remito: un generoso índice onomástico y toponímico facilita la consulta de cuanto acaeció en Vasconia (por ejemplo, la palabra “Navarra” tiene dieciocho entradas. Mi aportación al tema, su originalidad, ha sido más sistemática que ninguna otra cosa. Tras fijar el alcance del pícaro y la picaresca, a efectos de su discursión por el Camino de Santiago, señalo tres “itinerarios”: El primero, el de “Pícaros y peregrinos”, sigo con el de “Los que acechan el paso de los romeros” y finalizo con “La picaresca de la iglesia”.
El pícaro es el que se las ingenia para vivir de gorra y esa vivencia le dota de una particular filosofía de la vida; sin esta “Weltanschauung” no hay pícaro. La picaresca la bautizo como un abuso, aprovechándose de las necesidades de los que transitan por la piadosa senda, de quienes acechan el paso de los jacobipetas para enriquecerse a su costa; desde los bandidos, algunos con títulos nobiliarios, pasando por barqueros, portazgueros, sin olvidar a los muy célebres “malos mesoneros del Camino”, anatematizados cien veces por el Santo Papa Calixto en el Sermón Veneranda Dies del Codex Calixtinus, para culminar en los que abusan de la credulidad de los romeros: reliquias más falsas que un unicornio verde, falsos penitenciarios y milagros, entre otros trampantojos y deslumbramientos.
Mas centrémonos en el tema que más puede interesar, dando unas pinceladas para recrear, en el paisaje vasco-navarro, el paisanaje de aquellos tiempos del inicial esplendor de las peregrinaciones.
Si vamos de la mano del Codex Calixtinus, primera gran guía de la peregrinación (mediados del siglo XII), la entrada en estas tierras es muy mala. Lo más negro de la picaresca les sale al encuentro a los atemorizados peregrinos. Ya en San Juan de Sorde “los barqueros merecen la más absoluta condena; cobran con violencia una tarifa abusiva por pasar el río a los peregrinos, en una barca pequeña, muchas veces sobrecargada con intención, por lo que vuelca con el regocijo y la granjería de los barqueros”. Y “viene luego, cerca de Port de Cize, el territorio de los Vascos”. “En este territorio, es decir, en las proximidades de Port de Cize, en las localidades de Ostabat, Saint Jean y Saint-Michel-Pied-de Port, los recaudadores de portazgo son tan malvados que merecen la más absoluta condena, porque armados con dos o tres garrotes, salen al paso a los peregrinos arrancándoles por la fuerza injustos tributos. Y si algún caminante se niega a pagar el dinero que le piden, le golpean con los garrotes y en medio de amenazas le registran hasta las calzas y le quitan el censo”. Tras citar con nombre y apellidos a los “consentidores” de tales abusos “con toda su descendencia y con los restantes señores de los referidos ríos, que reciben injustamente de los mismos barqueros el dinero del pasaje, junto con los sacerdotes que a sabiendas les administran la penitencia y la eucaristía, o les celebran el oficio divino o les admiten en sus iglesias, que sean diligentemente excomulgados” dice que “en territorio todavía de los Vascos, el Camino de Santiago pasa por un monte muy alto, denominado Port de Cize”; después de una descripción del paisaje con su evocación carolingia añade que: “En ese monte, antes de que el cristianismo se extendiese por todo el territorio español, los impíos de los navarros y los vascos, tenían por costumbre, a los peregrinos que se dirigían a Santiago no solo asaltarlos, sino montarlos como asnos y matarlos”. Prosigue el autor del “Liber Sancti Jacobi” con el florigeo más brutal y despiadado de maldades y defectos que puede aplicarse a un pueblo, hasta el punto de resultar imposible encontrar el “quien dé más”: pueblo bárbaro, colmado de maldades, de aspecto innoble, perversos, pérfidos, desleales, lujuriosos, borrachos, agresivos, feroces y salvajes, etc., etc. De modo sorprendente dice que, “Sin embargo, se les considera valientes en el campo de batalla, esforzados en el asalto, cumplidores en el pago de los diezmos, perseverantes en sus ofrendas al altar”.
Mucho se ha discutido sobre la feroz apreciación que le merecen vascos y navarros al culto clérigo trotamundos Aymérico Picaud, canciller del Santo Papa Calixto. Yo he creído encontrar al menos una buena parte explicativa de su desaforado odio, en el hecho que describe en el capítulo VI del Liber “Ríos buenos y malos en el Camino de Santiago”:
“Por el lugar llamado Lorca, por la zona oriental, discurre el río llamado Salado: ¡cuidado con beber en él, ni tú ni tu caballo, pues es un río mortífero! Camino de Santiago, sentados a su orilla, encontramos a dos navarros afilando los cuchillos con los que solían desollar las caballerías de los peregrinos que bebían de aquel agua y morían. Les preguntamos y nos respondieron mintiendo que aquel agua era potable, por lo que dimos de beber a nuestros caballos, de los que al punto murieron dos, que los navarros desollaron allí mismo”.
Olvidándonos de lo real de la relación entre el efecto y la causa, lo cierto es que a la caravana del bueno de Aymérico, por lo que estimó un engaño premeditado y con alevosía, le acabaron desollando los navarros, delante de sus narices, dos caballos. Su valor en aquella época, grosso modo, podía ser el equivalente a dos automóviles, tipo medio, de hoy. Seguir hasta Compostela por pésimos caminos de herradura sin esta ayuda a la que se había hecho idea y aislado ante un lenguaje bárbaro que no entendía y más que probable oyendo las quejas de Gilberta de Flandes, una socia que le acompañaba, mujer, amiga... no se sabe muy bien, le debió resultar particularmente penoso a este clérigo trotamundos acostumbrado a la buena vida. Así que nada de extraño tiene que cualquier aspereza del camino le hiciera acordarse de las caballerías perdidas y de los pícaros navarros a quienes atribuía su pérdida.
Hablando de la anterior liaison, Walter Starkie, con cierta socarronería, comenta que: “Aymeric con su amiga lady Gebirga, regresan satisfechos a su Poitou nativo, donde el vino es bueno y donde la gente no habla un condenado patois”.
Pasados ocho siglos, la vía predilecta de Aymérico, la Turonense, lo será de este Walter Starkie, pícaro caballero, que en sus cinco peregrinaciones, sin prisa y torciéndose, se recrea con el paisaje y paisanaje vasco. Cruza, como los antiguos peregrinos, el Bidasoa en barca, con su inseparable violín, atracando en el viejo puerto de Santiago en Irún y desde Fuenterrabía se dirige a Oiartzun. Vagabundea como los juglares medievales del Camino y cuando va a visitar a Ignacio Zuloaga medita sobre su “carácter trovador y andariego, pobre y derrotado; él – se refiere a Zuloaga – comprenderá también mi situación de pícaro”. Más adelante reconoce que ha venido “en busca de aventuras con el espíritu del Arcipreste de Hita y de otros vagabundos”. Achucha y da serenata a una moza valiente en Motrico ...
Fue Don Gualterio (como también se le conocía en los ambientes bohemios) amigo de los dos Barojas, de Don Pío y de Don Julio, de Federico García Lorca, del Duque de Alba, de Vázquez Díaz, que le hizo el retrato con su inseparable violín que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, de Zuloaga, de todos los que han representado algo en la cultura de su tiempo, sin olvidar desde Winston Churchill a los gitanos.
En Pamplona, nuestro bohemio peregrino, vence a medias los esfuerzos que hacen sus amigos vascos, conocedores de su llegada, para apartarle del camino recto a Santiago. Digo que “a medias” porque le acercan en coche a Fuenterrabía, donde asiste a una reunión de juglares, en la que se habla de brujas, contrabando y estraperlo.
Mas yo me estoy torciendo también; creo que he agotado el espacio que se me concedía y sólo puedo que proseguir con una breve cita de lo que considero lo más significativo de la picaresca, entre los que he cobijado a quienes abusaron del prestigio de la peregrinación jacobea; aquí tenemos la decisión de Sancho el Mayor de Navarra que no duda en cambiar el primigenio trazado del Camino, “que los peregrinos torcían desviándose por Álava”. La noticia que da el Silense es recogida en otros numerosos textos posteriores, en los cuales, por temor a los moros, se justifica la desviación del primer camino alavés. Tanto Landázuri como Vázquez de Parga desmienten los móviles del terror sarraceno y coinciden en señalar para el cambio otras razones más en consonancia con los intereses regios, en esencia “porque así afirmaba una nueva ruta política, militar y económica de acuerdo con la evolución de los nuevos reinos cristianos de la Reconquista” (Vázquez de Parga).
La moderna picaresca de Estado, en esto de la apropiación del prestigio de la peregrinación jacobea, tiene unas tan desvergonzadas actuaciones en este mismo Año Santo, que están alcanzando cuotas de un descaro tal que puede acabar con la propia peregrinación. Se ha torcido el hecho religioso-cultural hasta unos límites que dejan muy pequeña a la picaresca tradicional. Históricamente no he encontrado nada parecido.
De engaños, pícaros y mistificaciones en el Camino Francés a su paso por Navarra y el País Vasco, una última pequeña referencia a la picaresca de la Iglesia que, con sus reliquias, obtenían prestigio y limosnas...