Bienaventurados los pobres de espíritu:
porque de ellos es el reino de los cielos.
(Versículo 3)
porque de ellos es el reino de los cielos.
(Versículo 3)
Bienaventurados los mansos: porque ellos poseerán la tierra.
(Versículo 4)
(Versículo 4)
Bienaventurados los que lloran: porque ellos serán consolados.
(Versículo 5)
(Versículo 5)
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia:
porque ellos serán saciados
(Versículo 6)
porque ellos serán saciados
(Versículo 6)
Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos obtendrán misericordia.
(Versículo 7)
(Versículo 7)
Bienaventurados los limpios de corazón: porque ellos verán a Dios.
(Versículo 8)
(Versículo 8)
Bienaventurados los pacíficos: porque ellos serán llamados hijos de Dios.
(Versículo 9)
(Versículo 9)
Bienaventurados los que sufren persecución por la justicia,
pues de ellos es el reino de los cielos.
(Versículo 10)
pues de ellos es el reino de los cielos.
(Versículo 10)
Los cristianos de la antigua Roma (alrededor del año 610 bajo el pontificado de Bonifacio VIII) honraron a Santa María y a todos sus mártires en el Panteón de Agripa, edificio consagrado inicialmente a todos los dioses grecorromanos. Desde el siglo IX, por iniciativa del monje Alcuino y mediante decreto del papa Gregorio III (731-741), reunimos también en la fiesta del 1º de noviembre a todos nuestros santos (se eligió ese día pues coincidía con una de las cuatro grandes fiestas de los pueblos germanos). Y cuando decimos “todos”, nos referimos con alegría a la totalidad de los salvados por la misericordia de Dios.