Aunque ya el griego Demócrito propuso que la Vía Láctea sería un conjunto de innumerables estrellas tan cercanas entre sí que resultan indistinguibles y que sólo Galileo fue capaz de distinguir en 1610 con su telescopio, existen tantas leyendas como pueblos en la Tierra para explicar la Vía Láctea: el espinazo de la noche, para los bosquimanos del Kalahari; río por el que vagan las almas de los muertos para los chinos; el Nilo que continuaba hasta el cielo regando también la morada de los dioses o río también que subía hasta el cielo las aguas para formar la lluvia según los incas; serpientes, soldadura de los dos hemisferios celestes, camino que unía la tierra con el firmamento para otros...
Pero las leyendas más notables en nuestra cultura son dos. Una identifica la Vía Láctea con el reguero de leche de la diosa Hera desparramada por el cielo cuando se negó a amamantar a Hércules niño.
Pero las leyendas más notables en nuestra cultura son dos. Una identifica la Vía Láctea con el reguero de leche de la diosa Hera desparramada por el cielo cuando se negó a amamantar a Hércules niño.
La otra tiene que ver con el Camino de Santiago. De acuerdo con la tradición, un reguero de estrellas ayudó a localizar la tumba de Santiago, pero fue en el siglo XII cuando quedó fijada la asociación entre la Vía Láctea y el Camino de Santiago en el Códice Calixtino, según el cual el Apóstol se apareció a Carlomagno señalándole la Vía Láctea como guía para llegar hasta Compostela. La realidad nos dice que, dependiendo del día y de la hora, la Vía Láctea puede apuntar en cualquier dirección.