El Codex Calixtinus: Precioso testimonio de una Europa en ebullición



El Codex Calixtinus tiene para la Catedral de Santiago un valor simbólico equivalente al de la Cruz de la Victoria y la Cruz de los Ángeles para la de Oviedo, además del material, incalculable. Dos robos sacrílegos hermanan a ambas joyas, las ovetenses de metales y piedras preciosas, la compostelana de pergamino, a treinta y cuatro años de distancia. El robo es sacrílego, pues una carta del Papa Inocencio II, intercalada entre los diez folios finales de la recopilación, que contienen himnos, amenaza con la excomunión a quienes molestasen a los portadores del libro o lo robasen de la iglesia del Apóstol, una vez que hubiera sido a ella ofrecido.

Se suele denominar al Codex Calixtinus la primera guía de itinerarios (de hecho, en algunas ediciones figura como «Guía del peregrino medieval»), tomando la parte por el todo, ya que el itinerario sólo es una de las partes del Códice, el Libro V o Liber Sancti Iacobi. El nombre del Codex Calixtinus del conjunto obedece a una carta del Santo Papa Calixto II que lo inicia, en la que se dirige a «la muy venerable comunidad de la Iglesia cluniacense, lugar de su elección para el Pontificado, y a los excelsos varones Guillermo, patriarca de Jerusalén, y Diego, arzobispo de Compostela», relatando su devoción jacobea y la historia maravillosa del libro: «Yo, que he amado al Apóstol desde mi infancia, durante mi vida escolar recorrí tierras y regiones extrañas por espacio de catorce años, anotando cuidadosamente en unas pobres y ásperas hojas cuantos escritos encontraba de él para reunirlos en un solo volumen, a fin de que los amantes de Santiago encontrasen cómodamente reunido lo necesario para las lecturas en los días de su festividad. ¡Oh, rara fortuna! Cuando caí en manos de salteadores que me despojaron de todas mis pertenencias, no me quedó más que este Códice. Encerrado en prisión y perdidos todos mis bienes, siguió quedándome sólo mi Códice. Náufrago repetidamente en mares de aguas profundas, a punto de muerte, al salir a tierra firme, conmigo se salvó el Códice sin mácula. Se prende fuego en mi casa y abrasado todo mi ajuar, sale el Códice indemne. A la vista de lo cual empecé a reflexionar si no sería que este Códice que pretendía ejecutar con mis manos sería grato a Dios».

Esta carta es apócrifa, lo mismo que la de Inocencio II. No obstante, Calixto II puede ser considerado como un Papa jacobeo, ya que convirtió a Santiago de Compostela en sede metropolitana en el año 1120. Se abre entonces el momento más glorioso, de culminación, de la Iglesia compostelana bajo el Arzobispado del gran arzobispo Diego Gelmírez, condecorado el Papa del Noroeste con su corte de canónigos cardenales. Gelmírez fue un poderoso personaje medieval, señor temporal y organizador de la primera marina española. Su antecesor en la silla había sido monje de Cluny, y cluniacense fue el gran impulso de toda Europa hacia Santiago. Un cuarto de siglo antes, el abad de Cluny había solicitado el palio para Compostela. En el siglo XII las peregrinaciones alcanzan su esplendor; armadas por el mismo espíritu que el de las cruzadas, los dos grandes movimientos de la cristiandad europea, equivalentes, aunque con procedimientos distintos (las peregrinaciones eran de carácter religioso, las cruzadas, de signo militar, y en direcciones diferentes y contrarias: las peregrinaciones, hacia Occidente, hasta donde la tierra termina, y las cruzadas, hacia Oriente, donde empieza Asia). 

El Codex Calixtinus es, entre muchas otras cosas, un testimonio precioso de aquella Europa en ebullición, espiritual, comercial, cultural y guerrera. Y, como las peregrinaciones recorrían un camino, sólo hacía imprescindible un itinerario.

Itinerarios escritos los hubo en todas las épocas, desde la antigüedad, y no estaban libres de aspectos propagandísticos y políticos. Muchos itinerarios se poblaron de monstruos para disuadir a los viajeros demasiado audaces. En el Liber Sancti Iacobi se señalan peligros e incomodidades reales o exagerados que se encontrarán en el camino, como enumera Valle-Inclán: «Sus riesgos y mantenimiento, los engaños de los hospedajes, la condición selvática y bronca de muchas villas y lugares donde les ocurría hacer huelgo. La recelosa cicatería del vasco, la mala fe litigante del gallego». Aymeric Picaud, el clérigo poitevino a quien se atribuye la obra o al menos su compilación, elogia a su país tanto como critica y desautoriza a otras regiones, de manera especial las situadas a este lado de los Pirineos, con lo que inaugura una recelosa literatura francesa de viajes que alcanza hasta el generalizado descontento de Dumas Sr. ante la «bárbara» cocina española. 

El Liber Sancti Iacobi es la parte más conocida y citada del Codex Calixtinus, pero no es todo el Códice. Sobre los orígenes de éste hay una curiosa historia. Un monje llamado Arnaldo del Monte, procedente del monasterio de Ripoll, llegó a Santiago en 1172 o 1173 y, revolviendo entre los libros de la Catedral, encontró un códice compuesto de cinco libros en los que se relataban los milagros del Apóstol en diferentes lugares del mundo a la vez que contenía escritos de Agustín, Ambrosio, Jerónimo, Gregorio, León, Máximo y Beda, más textos litúrgicos para leer durante todo el año en loor de Santiago. Decidido a enriquecer la biblioteca de su monasterio, Arnaldo procedió a copiar el Códice, mas sólo transcribió íntegros los libros segundo, tercero y cuarto y parcialmente el primero y el quinto. Según Vázquez de Parga, «la descripción detenida que hay del contenido de cada uno de ellos no deja lugar a dudas sobre la identidad del manuscrito: el Códice copiado por Arnaldo era seguramente el mismo que aún conserva hoy la Catedral de Santiago y que se conoce con el nombre de Códice Calixtino». O, para ser exactos, se conservaba hasta esta semana en la mencionada Catedral.



El Calixtinus, pues, consta de cinco libros y, como escribe Felipe Torroba, «estaba redactado como en forma de manual de propaganda para fomentar la peregrinación». El primer libro está compuesto por himnos debidos a Fulbert de Chartres, Guillermo de Jerusalén, San Fortunato, etcétera, y una misa para coros antifonales. El segundo colecciona veinte milagros ocurridos en la época del arzobispo Gelmírez, relatados a la manera de las vidas de santos o «leyendas áureas» que tanto éxito y difusión tuvieron a lo largo de la Edad Media; el tercero relata el viaje del Apóstol Santiago desde Palestina a Galicia; el cuarto es la crónica del obispo Turpin o «Historia Turpini», el obispo de Carlomagno, uno de los Padres de Francia, que desempeña un papel semejante en la leyenda carolingia al de Merlín en las historias artúricas, y el quinto libro es el famoso Liber Sancti Iacobi, la guía del camino compuesta por Aymeric Picaud, que se acredita como un buen conocedor de los lugares que describe, de lo que se deduce que los debió recorrer en más de una ocasión. Era un clérigo desenvuelto, atento y arbitrario en muchas de sus opiniones. No le tiene ninguna simpatía a los vascos ni a los navarros, pero elogia Estella, y previene a los incautos peregrinos contra barqueros, posaderos, tahúres y demás zoología que pudieran encontrar en la peregrinación. En el Camino había de todo y, sin duda, mucho vividor y estafador: en él encontramos un claro precedente del conocido «timo de la estampita», entre otros muchos. A la tendencia al hurto de los posaderos se añadían los abusos de los hospedadores. De todo da noticia Aymeric, junto con la relación de hospederías, villas, puentes, ríos, montañas, rutas más convenientes, santas reliquias ante las que merece la pena detenerse, etcétera. En alguna de sus frases y páginas Aymeric revela un sentido de lo exótico propio de un viajero romántico. La fecha del manuscrito se fijó entre 1138 y 1140. Desde entonces fue la guía jacobea por excelencia.
Ignacio Gracia Noriega, La Nueva España, Oviedo.