Queso, aguardiente y tarta de almendras en el Camino de Santiago


El Camino de Santiago es recorrido desde hace más de un milenio por los hombres en busca de la compostela –la credencial del peregrino– que se otorga a los que llegan a Santiago cumpliendo el ritual religioso. Galicia es tierra de tradiciones atávicas y también –o quizás gracias a ello– un paraíso del hedonismo gastronómico y enológico. Su agro es hogar de productos que la tierra, agradecida, regala cada temporada. De la leche al vino, desde los grelos hasta la miel, en sus viandas se puede apreciar el respeto a la materia prima y el mimo artesano depositado por los agricultores y ganaderos durante siglos de labor.
Los caldos gallegos, elaborados tradicionalmente en las pequeñas fincas de esta tierra de minifundios para el consumo de las gentes del campo, ven en los últimos años cómo aumenta exponencialmente su prestigio, y algo similar ocurre con las múltiples variedades de queso de la región y el resto de productos gastronómicos artesanales. Con un paseo por varios concellos del camino francés acabando en Santiago de Compostela es posible navegar por parte del universo de saberes y sabores que cultiva Galicia.
El recorrido empieza por O Cebreiro, el lugar por donde entran en la comunidad los peregrinos. De esta aldea son los famosos quesos de Pedrafita (nombre del municipio o concello donde está O Cebreiro). Se trata de unos quesos cremosos, con forma de gorro de cocinero y sabor algo ácido. Con un buen membrillo y un café de pota (de puchero) resultan un postre ideal. La arquitectura da en O Cebreiro la clave para averiguar el tiempo que el hombre lleva morando estas tierras: junto a varias pallozas prerromanas los edificios modernos conviven en una armonía que sólo el paso de los siglos es capaz de alcanzar.
A continuación hay que cruzar el alto de Poio y después, rodeada por castros, surge Triacastela, con su iglesia de Santiago y las capillas de Santa María do Monte y Vilavella. Sólo queda una parada para llegar a Sarria, villa de anticuarios, y ésta ha de ser en Samos y su monasterio, con el claustro gótico de As Nereidas.
El nuevo Portomarín, construido tras el anegamiento del antiguo pueblo por las aguas embalsadas del siempre presente Miño, conserva el secreto de aquellas casas que hoy yacen en el fondo de este río: un aguardiente en cuyo honor hay incluso se celebra una fiesta (el domingo de Pascua). También es famoso el lugar por sus tartas de almendra: en el pueblo se encuentra una gran fábrica que abastece del energético postre a buena parte de España.
Antes de la monumental sierra de Careón que separa Lugo de La Coruña, Palas de Rei recibe al visitante con la iglesia de Vilar de Donas como hito arquitectónico. Habitada desde tiempos prehistóricos (más de una veintena de castros o aldeas se hallan en el perímetro del municipio y dan fe de la presencia humana), en ella se fabrica tanto el queso de tetilla como el típico de Arzúa Ulloa.
Los 'ricos' de Melide
Ya en la provincia de La Coruña, el viajero disfruta en Melide de un buen resumen de los placeres de la gastronomía gallega. Éste es el hogar en el que nació el suave y untuoso queixo do pais, que con su figura plana y su gran cremosidad se produce además en otros pueblos limítrofes, y también un sitio perfecto para disfrutar del sabor puro de la carne ó caldeiro. Los postres son otra excusa para hacer una parada aquí, y no solo los populares melindres. Resulta imprescindible una parada en Casa Melchora para degustar los ricos, una especialidad propia de la zona tradicionalmente preparada en los lares de las casas rurales y que en esta pastelería se fabrican de modo absolutamente artesanal.
Si Melide es patria del queixo do pais, Arzúa lo es del de tetilla, que en realidad debe ser llamado por el nombre del pueblo y no por el de la anatómica forma. Resulta simplemente delicioso si se acompaña de un poco de miel –la de Arzúa es tan famosa como lo son sus quesos– de la recogida por los apicultores de la zona. El primer domingo de marzo tiene lugar la Feira do Queixo, en la que se puede degustar gran parte de la variedad de estos derivados lácteos que se da en Galicia.
Al oeste queda ya Santiago. Tras Arca, Pereira y Labacolla se yergue totémica la silueta de la catedral. En las callejas que la rodean, cientos de bares y tabernas esperan al visitante para ofrecerle sus vinos, procedentes de cualquier punto de Galicia, sus quesos o los pimientos de Padrón: un festín pantagruélico que remata en buen puerto el fin de este viaje.
(Vanitatis.com)