Miércoles Santo: Apóstoles en la Pasión


Enseguida desaparecieron. No era extraño: cuando los romanos iban a por un sospechoso, echaban mano también de sus discípulos. En un primer momento, no podemos decir que abandonaran a Jesús; pero cuando él mandó a Pedro que metiera su espada en la vaina, entonces ya habían terminado su cometido. Iba a comenzar la pasión de Cristo.
Pedro y Juan le seguirían de lejos. El primero, había de pagar con sus negaciones el deseo de no ser reconocido, mientras que Juan le acompañaría hasta el pie de la cruz. De los otros, no se sabe nada: únicamente de Judas, que se quitó la vida, al no perdonarse el haber entregado sangre inocente. Otro, innominado, fue detrás de Jesús envuelto en una sábana, y, cuando quisieron prenderle, escapó.
La entrega de Jesús no precisaba de la traición de Judas. Sin embargo al intervenir de ese modo el discípulo, hizo que se cumplieran algunos Salmos y otras Escrituras. Se había anunciado que el Justo de Dios había de ser entregado por el que comía el pan en su misma fuente. Por eso Jesús impidió a Pedro que lo defendiera, pues de otro modo, ¿cómo iban a cumplirse las Escrituras?
Y Judas, ¿se llamaría ya entonces así? Cierto que ese nombre era muy común, como el de Simón, a quien Jesús le cambió el nombre por el de Pedro. En cuanto a Judas, se decía, ni más ni menos que "Judá". En realidad, Judá traicionó a Cristo. ¿Por qué lo haría? Desde luego aquel joven no debía ser un prodigio de judío. Por otra parte, da la impresión de que no pudo soportar aquella concepción mesiánica de Jesús, que prescindía de la connotación política de expulsar a los romanos. Judas no era capaz de aceptar que Cristo encarnara un mesianismo espiritual. Por eso lo traicionó.
¿Y los malhechores? Estaba anunciado que iba a morir entre ellos. Los judíos no querían contaminarse: de ahí que no quisieran entrar en casa de ellos. Pero Jesús no había venido a salvar a los justos. De hecho, Simón se denominaba "el Zelota", y Judas, el Iscariote (¿el sicario?). De todos modos, los bandidos crucificados con él, no parecían del estilo de Jesús. Éste se encontraba siempre dispuesto al perdón y a proporcionar a los otros la vida eterna.
Los acontecimientos que hubo de sufrir Jesús en Jerusalén, a lo largo del camino del Calvario y en la propia cruz, pueden vivirse hoy día con piedad cristiana participando en el Vía-Crucis, acto de recuerdo de la Pasión de nuestro Señor.

(José Fdez. Lago, Pastoral Santiago)