Con pan y vino se hace el Camino


Todos hemos oído y repetido alguna vez esta popular frase medieval, totalmente vigente en nuestros días, que sitúa al vino como uno de los principales ingredientes del Camino de Santiago. Los peregrinos medievales encontraban en el pan y el vino que les proporcionaban los hospitales la fuerza necesaria para hacer el Camino. Hoy, las cosas han cambiado, pero el vino sigue siendo un gran aliciente a lo largo del Camino. Y es que el popular Camino Francés atraviesa varias de las comarcas vitivinícolas más interesantes de España.

Cuando comenzaron las peregrinaciones a Santiago ya existían pequeños viñedos en algunas comarcas de la ruta, pero no cabe duda de que la peregrinación contribuyó en gran medida al desarrollo del cultivo de la vid. Los monjes, a cuya vida monacal estaba estrechamente ligada la cultura del vino, fueron sus principales difusores. Cultivaban sus propios viñedos en los monasterios y hospitales de peregrinos. Aún hoy podemos contemplar en capiteles, retablos y coros de iglesias y monasterios numerosas escenas relacionadas con el vino.
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Comenzando el Camino en Roncesvalles, el peregrino llega pronto a la comarca de Estella, tierra de vinos rosados, jóvenes y de uva garnacha o Cabernet Sauvignon. Extraordinarios vinos navarros de los que ya daba cuenta el Codex Calixtinus al elogiar a Estella por sus buenos caldos. Precisamente cerca de esta villa, en Iratxe, se encuentra la Fuente del Vino, de la que mana un fresco vino joven de sabor afrutado de esos que dejan espumilla en el vaso.

Después llega La Rioja y su vino excelente. Extensos viñedos acompañan al peregrino en sus etapas riojanas. ¿Quién no ha hecho un alto en el camino para coger un puñado de deliciosas uvas en la subida del pantano de la Grajera o en el alto de San Antón, entre Navarrete y Nájera? Esas uvas, en su mayoría de las variedades garnacha y tempranillo, permiten elaborar vinos clásicos con una buena composición aromática, frescos y de robustez media. Apreciados en el mundo entero, los tintos riojanos, se exportan a todos los continentes.

El Camino atraviesa después las grandes extensiones cerealísticas de Castilla, cruzando por pequeños viñedos y bodegas, testimonio vivo de la importancia que tuvo el vino en estas tierras. Pero durante los últimos siglos las cepas fueron cambiadas por plantaciones de cereal. Es más adelante, tras pasar por la Cruz de Ferro, cuando llegamos a una comarca donde el vino vuelve a adquirir protagonismo. Es el Bierzo, una comarca rodeada por altas montañas que le proporcionan un suave microclima. Aquí se extienden amplios viñedos ondulantes que tienen su origen en las cepas francesas que trajeron los monasterios benedictinos. Las variedades tintas mencía y garnacha tintorera y las blancas, malvasía, palomino y godello dan lugar a vinos rosados, blancos y tintos con carácter. Hay incluso una especie de champán local que una marca muy conocida en la comarca ha bautizado como Xamprada.

Ya en Galicia, sorprenden al peregrino los espléndidos viñedos que, en pequeñas terrazas escalonadas, caen hacia el río Miño en Portomarín. Son tierras de ribeiros afrutados y turbios, de esos que entran demasiado fácil por su sabor amable. Pero aquí, más que el vino, el que se lleva la fama es el aguardiente, considerado el mejor de Galicia y tan querido que incluso le dedican una fiesta el domingo de Pascua.

Y una vez en Santiago, o en Finisterre, qué mejor manera de celebrarlo que una buena comida regada con uno de los extraordinarios albariños de las Rías Baixas. Vinos frágiles, sutiles y ricos en aromas, que evocan las húmedas costas gallegas a las que bañan los vientos del Atlántico, antiguo confín de la tierra y estación término del Camino de Santiago.