El Cristo de la Pata de Oca en la Iglesia del Crucifijo. Puente la Reina (Navarra)


El Crucifijo es extraordinario por la forma insólita que adopta la cruz: una pata de oca.

Los brazos laterales de la cruz toman la forma de una Y, formando entre sí un ángulo agudo, mientras que el palo central se prolonga hasta la altura de dichos brazos. Por otra parte, los maderos semejan un árbol sin labrar al que simplemente se ha despojado de sus ramas secundarias, apreciándose los nudos y rugosidades de su corteza así como los tocones de las ramas cortadas.
La corona está constituida por dos gruesas sogas trenzadas de grandes espinas. Los pies, desproporcionadamente grandes, evocando camino polvorientos, sendas abruptas. Y el rostro sin sufrimiento, perdido en otra dimensión, interiorizando y trascendido.

El origen de la imagen es incierto. Según los expertos se opta por dos versiones:
Por la primera se nos cuenta que un peregrino germano, agradecido por las atenciones recibidas en el hospital, donó esta imagen y la envió a su regreso desde su tierra natal.
Por la segunda, nos dicen que un grupo de peregrinos germanos que portaban este cristo crucificado, al regresar de Compostela, dejaron aquí la imagen en agradecimiento a la hospitalidad recibida.

En ambos casos hay tres elementos comunes: el origen germano, los donantes peregrinos y el agradecimiento como motivo del exvoto.

Los expertos aseguran que se trata de una imagen propia de la región renana, si bien cristo templario deba emparentarse mejor con obras posteriores del ciclo renano, concretamente de finales del siglo XIII.

"Si el Cristo crucificado en una cruz normal es el iniciado que está en camino de alcanzar su total elevación; si el Cristo crucificado en una cruz tau es el iniciado que ha alcanzado la plenitud de su evolución: el Cristo sobre una pata de oca, o lo que es igual, el Signo de la Vida, no es otra cosa que el hombre iniciado que ha trascendido incluso su total evolución, habiendo alcanzado así el Reino de la Vida, de la Realidad, muriendo al Reino de la Ilusión en que los mortales estamos inmersos mientras peregrinamos buscando una luz..."

[Rafael Alarcón Herrera: 'La otra España del Temple', Editorial Martínez Roca, 1988, Capítulo 7 (Templarios al pie de la Cruz), páginas 200-201].